Constanza Jorquera Mery*
La popularidad global de El Juego del Calamar no ha dejado indiferentes a las autoridades chinas, quienes ven a esta producción de la “ola coreana” como un desafío a su propia capacidad de ejercer mundialmente su poder blando en un escenario de competencia entre grandes potencias.
El Juego del Calamar, transmitida a través de Netflix, se ha convertido en la producción más vista en noventa países. La plataforma no se encuentra disponible en China, lo cual no ha sido un impedimento para alcanzar el éxito en el país, informando el embajador Hang Ha-sung a las autoridades en la Asamblea Popular Nacional, que más de sesenta sitios web de China transmitieron ilegalmente la serie, debido a que la distribución de contenidos extranjeros debe contar con la aprobación de las instituciones que articulan el control mediático del Partido Comunista de China (PCCh).
La serie, que también ha sido un tópico popular en la red social Weibo, aborda la historia de personas con serios problemas económicos que participan en una serie de pruebas basadas juegos infantiles para ganar el premio de $45,6 billones de wones, alrededor de $38,6 millones de dólares. Como en toda competencia, el ganador será una sola persona, pero la diferencia es que aquellas que fallan en superar cada una de las pruebas no solo son eliminadas, sino que mueren.
En una entrevista, el director de contenidos de IQiyi, señaló que no se transmitirá la serie debido a que su contenido es incompatible con los valores ideológicos y culturales del pueblo chino, llegando a amenazar la unidad nacional.
La relación ganadora entre Corea y Netflix desde hace tres años, con más de 80 producciones disponibles y varias por estrenarse, ha puesto nuevamente en evidencia el poder blando que detenta el país a nivel global y, por contraparte, las dificultades de China para lograr que sus industrias culturales sean más reconocidas globalmente. La ola coreana o “Hallyu”, cuyo nombre fue acuñado por periodistas chinos a fines de la década de 1990 ante la popularidad de los dramas televisivos, es un eje central de una estrategia de poder blando en la cual la cultura popular coreana se establece como uno de los principales activos de la política exterior y como una fuente de beneficios económicos, considerando que, en 2019, los productos asociados a la coreana contribuyeron en $12.300 millones de dólares a la economía nacional, un 22,4% más que el año anterior, de acuerdo a la Fundación Coreana para el Intercambio Cultural Internacional.
Las películas Parasite y Minari han obtenido gran reconocimiento internacional no solo en la taquilla, sino que han sido galardonadas con premios en los más importantes festivales de cine, mientras que El Juego del Calamar es la serie más popular en la historia de Netflix con ganancias que alcanzan los $900 millones de dólares.
Por otro lado, la política exterior china lleva varios años profundizando sus vínculos con otras regiones a través de la diplomacia económica y el poder blando, pero mientras Corea cuenta con más de dos décadas de evolución de una arquitectura institucional público-privada alrededor de la promoción del Hallyu, y su rol como potencia económica se ve reforzada por una imagen país positiva, China se enfrenta al desafío de consolidarse como una potencia global capaz de liderar a nivel planetario en cinco dimensiones clave, a saber, la económica, militar, industrial, tecnológica y cultural, alcanzado solamente por Estados Unidos.
El enorme mercado interno de China permite que las industrias culturales sean exitosas, pero no es suficiente si no es reconocida como un “centro” cultural a nivel internacional. Para Joseph Nye (2004), quien acuñó el concepto, el poder blando es la “habilidad de moldear las preferencias de otros […] de establecer preferencias tendientes a ser asociadas con activos intangibles tales como una personalidad atractiva, valores e instituciones culturales y políticas que son vistas como legitimas o que tienen autoridad moral” (p. 5).
El impacto de los productos culturales va más allá de ampliar audiencias a nivel global y obtener ganancias económicas, se entrecruza con el orgullo nacional, el nacionalismo cultural y los intereses de política exterior. El mismo Nye (2015) ha señalado que los factores que limitan el poder blando de China son el nacionalismo y aferrarse al marco de propaganda externa dirigida por gobierno en vez de que el poder blando se amplíe y reproduzca gracias a una sociedad civil que promueva la imagen del país en el exterior de forma atractiva y llamativa.
Así como la ola coreana nos permite conocer a Corea de forma atractiva, China necesita ser reconocida y legitimada como potencia global también en el ámbito cultural si quiere competir en una mejor posición con otras potencias como Estados Unidos y, por supuesto, Corea.
*Constanza Jorquera Mery. Analista en Políticas y Asuntos Internacionales, Magister en Estudios Internacionales y Candidata a Doctora en Estudios Americanos por la Universidad de Santiago de Chile. Investigadora Asociada del Chilean-Korean Study Center Program y el Núcleo de Estudios Asiáticos de la Universidad de Santiago de Chile. Académica del área de relaciones internacionales en la Universidad Diego Portales y la Universidad Alberto Hurtado, Chile. Contacto: constanza.jorquera@usach.cl
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Referencias
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